sábado, 20 de septiembre de 2014

Los días del conversador

Se había cansado de la tarea habitual: ir y venir por la casa y por las calles en busca de que lo cotidiano no sea tan constante. Se decía a si mismo que ya era hora de buscarse una tarea más acorde con lo que le gustaba hacer: conversar.

Así fue como un día cambió las costumbres y entró en un bar. Un bar con una decoración agradable, vistosa, sin televisores ni música fuerte. Buscó la mesa más alejada y cuando pidió el café le explicó al mozo que venía a conversar y que se quedaría mucho tiempo, lo suficiente para escuchar y charlar con quién quisiera.


Ese mismo día el destino le trajo una sorpresa: una de las empleadas llegó con un problema sentimental y el mozo le señaló la mesa. Y conversó. Y la chica se calmó. Así fue pasando de simple parroquiano del bar a conversador, primero con empleados del bar y luego con otras mesas y gente que poco a poco se iba enterando que alguien allí les escuchaba, les comentaba algo, les cambiaba de tema o les explicaba la razón de la existencia.

Al bar le convenía, cada vez había más gente en las mesas a la espera de un minuto libre del conversador. Le ofrecieron café libre y hasta almuerzo y cena con tal de tenerlo sentado allí por muchas horas. Hasta le ofrecieron un sueldo mínimo del gremio. Ya no necesitaba otro trabajo ni tenía tiempo para otra tarea. Todos felices.

Se formaba cola en la vereda a la espera de una mesa vacía en el bar. En una oportunidad llegaron a cortar la calle y la municipalidad tuvo que organizar el tránsito, se sacaron del lugar las paradas de los ómnibus que coincidía con las cercanías del bar. Algún consejal pretendió reglamentar el funcionamiento de los conversadores por si acaso en la ciudad se volvía una costumbre.

Una vez, llegó una hermosa joven que no tenía ningún problema, solamente quería conocer al conversador. Cuando se sentó después de horas de espera se sintió atraída por él. Y el conversador se quedó mudo, se enamoró a primera vista y nunca más se supo de él.

Con el tiempo, un documentalista los encontró felices viviendo en una sencilla y cálida casa en las montañas. No trabajaban, solamente conversaban y cosechaban de la huerta. Y sus hijos también conversaban en lugar de jugar.

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