martes, 10 de marzo de 2015

Las mil muertes del fiscal (3)

Puzzle narrativo: Se puede leer en cualquier orden.

Capítulo 3: Cambio de aeropuerto


 El fiscal se movió feliz por el centro de Londres. En realidad, era una manera de disimular un problema que lo desvelaba. Unos papeles de su trabajo que tenía que completar y a los cuales volvía a menudo por la noche, encendiendo la netbook en el silencio de la habitación del hotel. Una suite de dos habitaciones; en la del lado dormía su hija, en viaje de cumpleaños por el invierno europeo.

Ahora estaba caminando por el centro y los pensamientos lo asaltaban mientras su hija se detenía en cada escaparate. Cada vez que lo llamaba para comentarle algo y mostrarle alguna novedad, el fiscal se mostraba atento pero sus pensamientos volaban. Buscaron un bar, ya habían caminado mucho. Después del capricho turístico, de ambos, de mirar desde el Westminster Bridge el Parlamento y el Big Ben, correspondía foto y selfie con el fondo del London Eye. Finalizado el deseo volvieron sobre sus pasos y doblaron por Belvedere Road.
Al llegar a Forum Magnun Square encontraron el lugar adecuado. Al fiscal le pareció hasta simpático sus pensamientos sobre algo relacionado con Magnum; primero pensó en magnicidio y luego recordó que era un modelo de revolver. En esa esquina el bar tenía mesas afuera. Se sentaron a la espera del camarero. La hija leía el menú y lo que no entendía del inglés se lo preguntaba. El fiscal se relajó y decidió conversar con ella, a fin de cuentas era un viaje de regalo. Hablaron palabras sueltas como inventando frases de un inglés extraño, un poco colegial, de palabras solitarias y a veces mezcladas con un lunfardo londinense inventado. Se reían. El fiscal decidió hacer una pausa en sus preocupaciones.
En eso estaba cuando alguien se acercó, se inclinó casi hasta su oído y en perfecto castellano con acento porteño le dijo “Volvé urgente, te necesitamos”. El fiscal quedó sorprendido, hasta le dio miedo darse vuelta y reconocer al mensajero. La hija escuchó pero no comprendió, solo atinó a preguntar “¿Papá, lo conocés?”

El fiscal caminaba apresurado por la T4 de Barajas, el aeropuerto de Madrid, capital de España. Le seguía su hija unos pocos metros más atrás, entre cansada y obediente. El fiscal cambiaba la cara con frecuencia, cuando se concentraba en buscar un negocio de venta de móviles se veía atento y cuando recordaba la frase que le dijeron en Londres se preocupaba. A cada instante se decía a sí mismo que había escuchado mal, que nadie lo podría haber seguido, que ninguno del entorno sabía que estaba allí, que era imposible que haya escuchado algo, que seguramente era una traición del inconsciente. Lo mejor era convencerse de no haber oído lo que oyó y se lamentaba de no haberse dado vuelta en esa oportunidad. Sería mejor tranquilarse.
En el negocio de teléfonos móviles no quiso saber las diversas opciones de planes según cada modelo: con o sin dispositivo, con o sin internet, etc. Quería un móvil activado de inmediato. Igual la empleada se esforzaba en explicarle. Tuvo que decirle claramente que no deseaba saber más, un móvil para hablar activado y listo. Salió con la caja, se dirigió a la sala VIP, allí buscó una mesa para viajeros y lo probó. Recibía bien las llamadas desde su aparato celular.
Intenta tenerlo siempre cargado, busca donde enchufarlo, de última en el baño. Yo te llamaré cada 15 minutos hasta que salga el avión. Ahora apunta mi número y el de tu madre”, le dijo a los ojos atentos de la hija, más preocupada por el color que lo que le estaba diciendo.
Le largó una frase detrás de otra sin que la hija pudiese decir un sí o un no. Sólo atinó a preguntarle si podría comprar una funda de color. El fiscal le dijo que sí pero le pidió que más adelante, que por el momento sería mejor que no saliera de la sala VIP.

En ese momento sonó la música de su celular, miró la pantalla y decía “desconocido”. Prefirió no atenderlo y sonando lo guardó en el bolsillo. No se imaginaba quién llamaba pero tampoco quería saberlo.

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