Todos transitamos centros comerciales y disfrutamos
de su confort, de la seguridad y de la atención de amables empleados a nuestro
servicio. Es la moderna forma de los negocios minoristas. Y estos centros nos
entregan diseño, escaleras mecánicas, restaurantes y muchas posibilidades de
entretenimiento. A veces, el paisaje es parte de la arquitectura. Es el caso de
Larcomar, en el distrito de Miraflores, en Lima, Perú, en la costa del
Pacífico.


Allí, como mujeres barbudas en un circo, como personas deformes, como espectáculo, en un escaparate de seres de carne y hueso exhibidas como animales en un zoo. No importa si son empleados con seguridad social, si ganan 100 o 10.000 dólares, si saben que son usadas o no. Importa la dignidad del ser humano violentado en el comercio por los más evolucionados que ofician de gerentes, que se apropian de valores culturales tradicionales para el show que les permite exhibir personas como animales exóticos, tras un cristal, en el cruel escaparte de las marcas.


Si quisieran, los jefes podrían vestir a sus empleados con ropas típicas como si fuesen uniformes, poner fotos del trabajo artesanal, mostrar vídeos de la vida pasada o lejana. Pero exhibir las mujeres trabajando tras un cristal está más cerca de la explotación como ya no se espera en este siglo. Aunque le paguen mucho dinero, que no parece ser el caso.
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