jueves, 25 de octubre de 2012

Mujeres tejedoras, artesanas de la modernidad

No importa si ganan 100 ó 10.000 dólares, importa la dignidad violentada de tejedoras expuestas como objetos para el que compra el trabajo de la pobreza.

Todos transitamos centros comerciales y disfrutamos de su confort, de la seguridad y de la atención de amables empleados a nuestro servicio. Es la moderna forma de los negocios minoristas. Y estos centros nos entregan diseño, escaleras mecánicas, restaurantes y muchas posibilidades de entretenimiento. A veces, el paisaje es parte de la arquitectura. Es el caso de Larcomar, en el distrito de Miraflores, en Lima, Perú, en la costa del Pacífico.



Una de las actividades más difundidas del país latinoamericano son las artesanías, y en mayor medida los productos de alpaca. Varios son los comercios que en el centro comercial Larcomar se dedican a estos tejidos. Entre ellos hay uno, Sol Alpaca, que destaca por dedicar espacios a distintas marcas de prestigio y que rodean una pirámide inca en el centro del local. Uno de esos espacios está libre de prendas tejidas, está ocupado por dos mujeres sentadas en el suelo tejiendo de manera artesanal y ataviadas con el vestuario ancestral.


Allí, como mujeres barbudas en un circo, como personas deformes, como espectáculo, en un escaparate de seres de carne y hueso exhibidas como animales en un zoo. No importa si son empleados con seguridad social, si ganan 100 o 10.000 dólares, si saben que son usadas o no. Importa la dignidad del ser humano violentado en el comercio por los más evolucionados que ofician de gerentes, que se apropian de valores culturales tradicionales para el show que les permite exhibir personas como animales exóticos, tras un cristal, en el cruel escaparte de las marcas.

Y con seguridad, las prendas que allí se venden, de marcas caras que es preferible no hacerles más publicidad, son fabricadas por enormes máquinas con el mínimo de trabajadores. Podría pensarse que las mujeres modelos de las pasarelas hacen lo mismo, desfilar para mostrar con su cuerpo los vestidos de las marcas, pero quiero pensar que las modelos son conscientes de lo que hacen. Y tienen enormes beneficios de su trabajo. En cambio, esas mujeres sentadas en el suelo, con sus rasgos típicos del altiplano, seguramente no tienen conciencia de que son usadas como muestra del pasado y de la cultura de las montañas. Y si lo supieran, no estarían allí.

Si quisieran, los jefes podrían vestir a sus empleados con ropas típicas como si fuesen uniformes, poner fotos del trabajo artesanal, mostrar vídeos de la vida pasada o lejana. Pero exhibir las mujeres trabajando tras un cristal está más cerca de la explotación como ya no se espera en este siglo. Aunque le paguen mucho dinero, que no parece ser el caso.

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