sábado, 13 de julio de 2013

Una luz de esperanza, un rayo de sol

La visita a Cinecittá, en Roma, no era una visita más. Era un paseo por los recuerdos, una entrada al paraíso donde habita la felicidad. Cineccitá es Roma y Roma es Cinecittá, como decía el gran Federico Fellini.

Pasar por los mismos espacios donde se rodó “Intervista” implica entrar en el mismo mundo que refleja la película. Y como no puede ser de otra manera, toda la magia de Fellini entra en la piel con cada sonido, con cada imagen, con cada utilería. La música del filme “8 y medio” llama desde la oscuridad de una sala para recordarme que estoy en un mundo de cine y cine.


Muy cerca, una exposición de cámaras de cine de todas las épocas invita a entrar a un espacio que recorre el “cómo hacer una película”; es decir, un recorrido por los distintos oficios del cine con anécdotas y recuerdos de diferentes filmes. Demoré más de la cuenta, deteniéndome en varios detalles que los pocos visitantes pasaban de largo. Hasta que llegó ruidosa una comitiva de jóvenes que había elegido ese lugar como paseo educativo. Tal vez una escuela de artes. No tenían nada en particular, salvo pasar rápido para ir a tirarse a tomar sol en el césped de “Intervista”.

Pero una de esas jóvenes se detuvo en lo que miraba y siguió a mi ritmo. Me miraba mirar y me sonreía. Se detenía a mi lado y sonreía. Bella como una princesa de cuento, jóven como una mariposa. Sólo sabía sonreír. Y mirar con atención, como descubriendo lo que yo descubría.

¿Quién era? ¿estaba con los demás o era una aparición? El grupo se fue alejando y sus murmullos se escaparon. Ella seguía cerca, ahora mezclaba su sonrisa con una atención extraña sobre algún detalle de vestuario, de sonido. Y fue la única que entró y miró con atención todo lo concerniente al guión. De la misma forma que apareció, se desvaneció. Hasta extrañé su compañía y necesitaba su sonrisa para seguir mirando. De lejos pude ver que se acercó al grupo de adolescente pero se sentó callada muy lejos de las bromas del grupo.

De pronto recordé de dónde la conocía. Era sólo una imagen, aquella que el productor de Federico Fellini le reclamó cuando leyó un guión con un final trágico “¿Cómo? ¿así termina? ¿no hay una luz de esperanza? Dame un rayo de sol, por lo menos”.

Revisé “La dolce vita” y faltaba la escena final, aquella donde una jovencita intentaba convencer a Marcello Mastroiani que podía haber alguna esperanza. El rayo de sol. Ella se había salido del filme y se instaló a mi lado para acompañarme en el recorrido. Después se vino conmigo en el metro hasta el centro. Al bajar la perdí entre la multitud de la estación.

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