



Por
el contrario, la magnitud extrema tal vez sea Malena
(2000), donde la mujer sufre todo tipo de persecuciones, desde las
infantiles miradas hasta las más libidinosas, desde la cultura
machista hasta la oferta económica en busca de sexo. El amor o el
cariño se transforma en una forma de vida antes que un amor como se
suele representar el cine. La mujer sigue presa de una cultura, de un
tiempo y de los pensamientos de venganza. Aquellos que la condenan,
no por sobrevivir sino por haber sobrevivido bien al cautiverio de la
opresión militar, la castigan. Sin que haya cometido daño alguno es
culpable de haber participado con su físico y su posición de mujer
a la sexualidad del opresor. Tornatore expone de manera cruel y
directa el castigo y la venganza que cae sobre ella. La víctima
sigue siendo víctima y ahora debe soportar el castigo, de manera
directa y sin concesiones.
En
la última película del director italiano, La
migliore offerta
(2013), se regresa al deleite de una trama de suspenso mientras pasea
por el arte pictórico. Y de nuevo con las víctimas. En esta
oportunidad, las víctimas son dos, el subastador y la cliente, el
que sabe de muebles y arte y la que busca un negocio. Ambos viven en
prisiones, una decorada con mujeres de la historia de la pintura y la
otra en un universo del arte en ruinas. Ella se oculta por una
enfermedad que no le permite la exposición pública, es una víctima
extrema de una situación irresuelta y exagerada. Él, por su parte,
víctima de su oficio, de su cultura, de su soledad. Cautivo en un
conservadurismo que solo le permite orgásmicas situaciones de amor
en su celda de color, con el placer de mirar su séquito femenino.
Todo el amor se relaciona con ver, o no ver, imaginar y espiar. El
placer del contacto no está en esos seres, la piel es negada. Ella,
en una casa que tiene todos los escenarios de una prisión, hasta la
reja de entrada, los pasillos, las celdas de castigo, la desolación
y simples salidas por un rayo de sol. Apenas si se permite salir,
viviendo en un mundo reducido pero delicado en una dimensión mayor.
El rematador de arte la visita sin poder ingresar en su celda
privada.
Por
su parte, la prisión del subastador es más un banco, con tesoro
escondido, donde el valor del dinero se hace presente y termina por
ser el motivo de su existencia. Dinero que le permite mejorar su
instalación en poseer y disfrutar de infinidad de mujeres de todos
los tiempos. El mundo exterior sólo es un espacio de negociación,
donde esconde hasta sus propias canas para mantener una juventud
acorde con el tiempo detenido en cada pintura. El tiempo, inexorable,
no acompaña, es una cuerda en el cuello, un acecho permanente que
momentáneamente se puede prolongar. Dejando de lado, obviamente, la
relación con las mujeres reales que se vinculan a la distancia. Su
universo es ese, amplio y abierto, pero como una condena.

Todos somos víctimas, en mayor o menor medida, de los universos afectivos que construimos.
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