Giuseppe
Tornatore es uno de los directores italianos más prestigiosos de la
actualidad después de cuatro décadas al frente de la dirección de
teatro y cine. Vigente y activo, tanto en ficción como en
documentales. Cosecha premios y entrega obras que quedan impresas en
la historia del cine universal.
Seguramente Cinema Paradiso (1987) será la máxima expresión de su tiempo. No sólo por la belleza de sus imágenes, la música y el argumento, sino por los emblemáticos personajes. Personajes que, además de sus particularidades y universalidad, están construido desde una lógica del director que se ha repetido en otras películas: son víctimas de las circunstancias y les cuesta salir del mundo en el cual han sido colocados por el autor.
Seguramente Cinema Paradiso (1987) será la máxima expresión de su tiempo. No sólo por la belleza de sus imágenes, la música y el argumento, sino por los emblemáticos personajes. Personajes que, además de sus particularidades y universalidad, están construido desde una lógica del director que se ha repetido en otras películas: son víctimas de las circunstancias y les cuesta salir del mundo en el cual han sido colocados por el autor.
Todos
sus personajes están en situaciones extremas, el mundo que los rodea
los aprisiona, los envuelve con dramas y están presos, aún en su
aparente libertad. En su ópera prima, Cinema
Paradiso
(en realidad su primer largometraje es El
Profesor,
1986),
hay una mística sala que desaparece, el incendio que amenaza, el
tiempo que pasa, incluso la muerte, rodean a Alfredo y al niño
inmersos en una cabina de proyección. Cuando el tiempo pasa, y el
niño es adulto, los recuerdos acechan, con emoción pero
inexorables.
Mayor
significación cobra la víctima frente a la agresión del victimario
oculto en La
desconocida (La
sconosciuta,
2006).
La
mujer víctima no olvida, alimentando el deseo de venganza. Después
de la situación incial se convierte en víctima del pasado, acechada
por los recuerdos y alimentando su rabia. Una nueva cárcel la sigue
por los espacio europeos y por el tiempo. Tiempo que pasa pero no se
olvida. Todo el motor de la película es ser y sentirse víctima,
aunque no tengamos pleno conocimiento de los motivos y del origen.
Por
el contrario, la magnitud extrema tal vez sea Malena
(2000), donde la mujer sufre todo tipo de persecuciones, desde las
infantiles miradas hasta las más libidinosas, desde la cultura
machista hasta la oferta económica en busca de sexo. El amor o el
cariño se transforma en una forma de vida antes que un amor como se
suele representar el cine. La mujer sigue presa de una cultura, de un
tiempo y de los pensamientos de venganza. Aquellos que la condenan,
no por sobrevivir sino por haber sobrevivido bien al cautiverio de la
opresión militar, la castigan. Sin que haya cometido daño alguno es
culpable de haber participado con su físico y su posición de mujer
a la sexualidad del opresor. Tornatore expone de manera cruel y
directa el castigo y la venganza que cae sobre ella. La víctima
sigue siendo víctima y ahora debe soportar el castigo, de manera
directa y sin concesiones.
En
la última película del director italiano, La
migliore offerta
(2013), se regresa al deleite de una trama de suspenso mientras pasea
por el arte pictórico. Y de nuevo con las víctimas. En esta
oportunidad, las víctimas son dos, el subastador y la cliente, el
que sabe de muebles y arte y la que busca un negocio. Ambos viven en
prisiones, una decorada con mujeres de la historia de la pintura y la
otra en un universo del arte en ruinas. Ella se oculta por una
enfermedad que no le permite la exposición pública, es una víctima
extrema de una situación irresuelta y exagerada. Él, por su parte,
víctima de su oficio, de su cultura, de su soledad. Cautivo en un
conservadurismo que solo le permite orgásmicas situaciones de amor
en su celda de color, con el placer de mirar su séquito femenino.
Todo el amor se relaciona con ver, o no ver, imaginar y espiar. El
placer del contacto no está en esos seres, la piel es negada. Ella,
en una casa que tiene todos los escenarios de una prisión, hasta la
reja de entrada, los pasillos, las celdas de castigo, la desolación
y simples salidas por un rayo de sol. Apenas si se permite salir,
viviendo en un mundo reducido pero delicado en una dimensión mayor.
El rematador de arte la visita sin poder ingresar en su celda
privada.
Por
su parte, la prisión del subastador es más un banco, con tesoro
escondido, donde el valor del dinero se hace presente y termina por
ser el motivo de su existencia. Dinero que le permite mejorar su
instalación en poseer y disfrutar de infinidad de mujeres de todos
los tiempos. El mundo exterior sólo es un espacio de negociación,
donde esconde hasta sus propias canas para mantener una juventud
acorde con el tiempo detenido en cada pintura. El tiempo, inexorable,
no acompaña, es una cuerda en el cuello, un acecho permanente que
momentáneamente se puede prolongar. Dejando de lado, obviamente, la
relación con las mujeres reales que se vinculan a la distancia. Su
universo es ese, amplio y abierto, pero como una condena.
Lo
interesante del contraste que Tornatore usa en esta ocasión, es que
los similares universos carcelarios, cercanos pero distintos, es que
se permiten la felicidad dentro de esos espacios. Ya no se trata de
una víctima sino de dos. Lo que permite, además, crear una
posibilidad de cercanía para que esos universos se aproximen y se
encuentren en una nueva dimensión “no carcelaria”, capaz de
disfrutar del afuera, del mundo normal, hasta permitirse el amor,
hasta el contacto piel a piel. Sin embargo, ambos siguen presos y
víctimas de los mismos universos. El final termina por sorprender la
dimensión de víctima más extrema aún que en el comienzo, además
de ser víctima del propio espacio, del deseo y de su consecuencia,
es víctima de los recuerdos. Recuerdos que acechan aún como
momentos placenteros pero dolorosos, sexuales pero que castigan. El
plano final de La
miglore offerta
termina por confirmar que la maquinaria puesta en juego por el autor,
como por los personajes, sigue rodando como un artilugio universal
que castiga a todos los seres que ocupan el planeta.
Todos somos víctimas, en mayor o menor medida, de los universos afectivos que construimos.
Todos somos víctimas, en mayor o menor medida, de los universos afectivos que construimos.
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