La
Historia suele perseguirme. Ese 16 de diciembre de 1993 llegué de
madrugada a Santiago del Estero, Argentina, para cumplir con mi labor
de profesor en la Universidad Católica (UCSE). No parecía un día
más, el clima de reclamos de los empleados provinciales se venía
acentuando desde varios semanas antes. Esa mañana vi bastante
televisión, aunque estaba muy cerca de la Casa de Gobierno no fui
hasta allí. Recuerdo que una gran cantidad de maestras se
destacaban sobre otros empleados estatales. Los gritos siguieron
hasta que los policías decidieron desproteger la sede gubernamental
y se retiraron bajo el aplauso de los presentes.
El
día siguió como era previsible, con enfurecidos pobladores
ajustando cuentas a la clase política. Con la tensión esperada para
pasar la noche hasta que amaneció el día viernes 17 en las mismas
condiciones. El presidente Menem decidió la intervención de la
Provincia y con ello llegó la Gendarmería a cubrir los puestos que
la policía había abandonado.
A
media mañana ya estaban los primeros camiones verdes sobre la
Avenida Belgrano y sobre el mediodía los gendarmes se acercaron
caminando a la Plaza Libertad, en pleno centro de la ciudad. Al
frente, al lado de la Municipalidad, estaba la central de Policía.
Durante toda la mañana hubo manifestantes con sus consignas
repudiando a los represores, la fuerza policial del estado.
Decidí
hacer mi comida del mediodía en la esquina de la plaza, en un
restaurante cuya ventana daba precisamente a la calle por donde
venían desfilando los gendarmes. Alineados, seguían los mandos y
las instrucciones, algunos con perros pero todos daban una imagen
militar. Hicieron fila e impertérritos, como fuerza de seguridad que
son, recibieron el repudio de los que protestaban. Durante una hora
se pudo observar ese “duelo”. La linea militar ordenada frente al
desorden de los manifestantes. Yo seguía disfrutando del aire
acondicionado, fresquito y alimentado, todo era como una película en
la ventana del restaurante.
Firmes
los gendarmes. Firmes y más firmes, no se movían, sólo las lenguas
de los perros ovejeros se movían. De pronto, y como en los mejores
filmes, uno de los manifestantes grita: “Changos, es la una”. Las
13 hs. comienza la siesta santiagueña. En diez minutos los de la
protesta habían desalojado las calles, la plaza y no quedó nadie.
Sólo la fila de gendarmes y los perros.
Media
hora después los militares seguían firmes bajo los 40 grados al
sol. Los perros no siguieron a sus mandos y se escondía en la sombra
de cada soldado. El jefe esperaba que alguien llegara para reprimir
pero nadie se presentaba y la fila seguía allí, tiesa, acalorada y
yo los miraba desde mi atalaya con aire acondicionado. A las 14 hs.
el jefe ordenó el “descanso” y los gendarmes respiraron, a la
14:30 ordenó el “rompan fila” y cada uno de los militares buscó
el amparo de alguna sombra. Falló la estrategia, no se combate en
plena siesta, al menos en Santiago del Estero. Por supuesto, salvo
los militares no había nadie más en la calle cuando crucé camino
del hotel en busca de un espacio de descanso.
A
la semana siguiente me reuní con mis alumnos y amigos en un bar que
estaba en la calle Tucumán entre el Hotel Savoy y el Hotel Palace,
muy cerca de donde se había derretido la Gendarmería. Allí, con la
seriedad y el conocimiento de la población, los jóvenes
santiagueños me dijeron: “fue una siesta interrumpida pero no
pasará nada y todo seguirá igual, pronto se olvidarán y todos los
repudiados volverán al poder”.
3 comentarios:
Alfredo, que bueno que escribas sobre algo que paso cuando tenía 11 años!
No puedo más que agradecerte por regalarme (aunque no haya sido tu intención) un pedazo de la historia que me llega en forma diferida.
En otra vida, yo hubiera sido una de tus alumnas compartiendo ese momento de reflexión.
Alicia:
Me alegro que llegue y lo sientas como historia de la vida santiagueña, tan llena de matices.
No coincido en lo de otra vida (sonrío) porque de alguna manera compartimos y estamos en la misma mezclando los ojos, las miradas. Tampoco sé si puedo reflexionar, por el dolor que causa y por la multiplicidad de causas; por eso la narración desde un personaje, desde una situación, desde una esquina de la posición.
AC
Alfredo, tiene lindas cosas tu blog. Sobre esta nota,a mí también me trae recuerdos, ya que el 15 de diciembre de ese año volví a casa de la clínica donde había nacido mi hija más chica y tuve una larga charla de teléfono con la historiadora Silvia Palomeque, quien llamó al santiagueño -o casi- que tenía más a mano para comentar los sucesos de aquel
"Santiagazo". Un abrazo!
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