martes, 17 de diciembre de 2013

Hace 20 años en Santiago del Estero

La Historia suele perseguirme. Ese 16 de diciembre de 1993 llegué de madrugada a Santiago del Estero, Argentina, para cumplir con mi labor de profesor en la Universidad Católica (UCSE). No parecía un día más, el clima de reclamos de los empleados provinciales se venía acentuando desde varios semanas antes. Esa mañana vi bastante televisión, aunque estaba muy cerca de la Casa de Gobierno no fui hasta allí. Recuerdo que una gran cantidad de maestras se destacaban sobre otros empleados estatales. Los gritos siguieron hasta que los policías decidieron desproteger la sede gubernamental y se retiraron bajo el aplauso de los presentes.


Poco a poco se sucedieron los hechos ya por todos conocidos y que dio nombre al “Santiagueñazo”. La UCSE suspendió las clases y volví a ver todo por televisión. Los manifestantes fueron, además de "visitar" a todos los políticos conocidos por su vinculación con la corrupción y la mala gestión, a la casa del candidato Zavalía. Éste sacó un arma y comenzó a disparar. Canal 7 estaba registrando al político armado que decidió terminar con la imagen que lo desprestigiaba. El tiro pegó en el parante de la camioneta del canal, a escaso centímetros del camarógrafo. Podría haber sido un periodista más que filma su propia muerte, los alumnos se hubiesen quedado sin un jefe de trabajos prácticos y yo habría perdido a mi amigo Lito Díaz Gallardo. Podría haber sido pero no fue. 
 

El día siguió como era previsible, con enfurecidos pobladores ajustando cuentas a la clase política. Con la tensión esperada para pasar la noche hasta que amaneció el día viernes 17 en las mismas condiciones. El presidente Menem decidió la intervención de la Provincia y con ello llegó la Gendarmería a cubrir los puestos que la policía había abandonado.

A media mañana ya estaban los primeros camiones verdes sobre la Avenida Belgrano y sobre el mediodía los gendarmes se acercaron caminando a la Plaza Libertad, en pleno centro de la ciudad. Al frente, al lado de la Municipalidad, estaba la central de Policía. Durante toda la mañana hubo manifestantes con sus consignas repudiando a los represores, la fuerza policial del estado.

Decidí hacer mi comida del mediodía en la esquina de la plaza, en un restaurante cuya ventana daba precisamente a la calle por donde venían desfilando los gendarmes. Alineados, seguían los mandos y las instrucciones, algunos con perros pero todos daban una imagen militar. Hicieron fila e impertérritos, como fuerza de seguridad que son, recibieron el repudio de los que protestaban. Durante una hora se pudo observar ese “duelo”. La linea militar ordenada frente al desorden de los manifestantes. Yo seguía disfrutando del aire acondicionado, fresquito y alimentado, todo era como una película en la ventana del restaurante.

Firmes los gendarmes. Firmes y más firmes, no se movían, sólo las lenguas de los perros ovejeros se movían. De pronto, y como en los mejores filmes, uno de los manifestantes grita: “Changos, es la una”. Las 13 hs. comienza la siesta santiagueña. En diez minutos los de la protesta habían desalojado las calles, la plaza y no quedó nadie. Sólo la fila de gendarmes y los perros.

Media hora después los militares seguían firmes bajo los 40 grados al sol. Los perros no siguieron a sus mandos y se escondía en la sombra de cada soldado. El jefe esperaba que alguien llegara para reprimir pero nadie se presentaba y la fila seguía allí, tiesa, acalorada y yo los miraba desde mi atalaya con aire acondicionado. A las 14 hs. el jefe ordenó el “descanso” y los gendarmes respiraron, a la 14:30 ordenó el “rompan fila” y cada uno de los militares buscó el amparo de alguna sombra. Falló la estrategia, no se combate en plena siesta, al menos en Santiago del Estero. Por supuesto, salvo los militares no había nadie más en la calle cuando crucé camino del hotel en busca de un espacio de descanso.

A la semana siguiente me reuní con mis alumnos y amigos en un bar que estaba en la calle Tucumán entre el Hotel Savoy y el Hotel Palace, muy cerca de donde se había derretido la Gendarmería. Allí, con la seriedad y el conocimiento de la población, los jóvenes santiagueños me dijeron: “fue una siesta interrumpida pero no pasará nada y todo seguirá igual, pronto se olvidarán y todos los repudiados volverán al poder”.



3 comentarios:

Unknown dijo...

Alfredo, que bueno que escribas sobre algo que paso cuando tenía 11 años!
No puedo más que agradecerte por regalarme (aunque no haya sido tu intención) un pedazo de la historia que me llega en forma diferida.
En otra vida, yo hubiera sido una de tus alumnas compartiendo ese momento de reflexión.

Alfredo Caminos dijo...

Alicia:
Me alegro que llegue y lo sientas como historia de la vida santiagueña, tan llena de matices.
No coincido en lo de otra vida (sonrío) porque de alguna manera compartimos y estamos en la misma mezclando los ojos, las miradas. Tampoco sé si puedo reflexionar, por el dolor que causa y por la multiplicidad de causas; por eso la narración desde un personaje, desde una situación, desde una esquina de la posición.
AC

Gabriel Abalos dijo...

Alfredo, tiene lindas cosas tu blog. Sobre esta nota,a mí también me trae recuerdos, ya que el 15 de diciembre de ese año volví a casa de la clínica donde había nacido mi hija más chica y tuve una larga charla de teléfono con la historiadora Silvia Palomeque, quien llamó al santiagueño -o casi- que tenía más a mano para comentar los sucesos de aquel
"Santiagazo". Un abrazo!