miércoles, 25 de marzo de 2015

Las mil muertes del fiscal (6)

Puzzle narrativo: Se puede leer en cualquier orden.

Capítulo 6: Pánico


El fiscal no respondió, miró el techo y guardo un largo silencio. El psicólogo lo dejo pensar por un largo y tedioso momento. Hasta que le repitió la pregunta: “¿Dejar la terapia cuando se siente acosado y con pánico?”
El fiscal volvió a relatar el encuentro con los familiares de las víctimas del atentado al tren, y de cómo repetía frases sin sentido y de cómo ellos le preguntaron si se sentía mal. El fiscal se había sincerado y les había comentado sus temores, su pánico, sus miedos. Tanta sinceridad lo convertía en vulnerable, ahora estaba a merced de los abogados que podían desplazarlo de la causa. Y eso lo aterraba.
El psicólogo lo entendió y le prometió redoblar las sesiones pero el fiscal fue más allá, dijo que dejaría de venir, había encontrado un descanso en salir a divertirse, con amigas y amigos, viajes y vida libre de todo. Insistió, era la mejor manera de distraerse de las preocupaciones y olvidar los ataques de pánico. “No se olvidarán”, le dijo el psicólogo, y comenzó a explicarle que en el momento menos esperado volverían a salir y, obviamente, las consecuencias eran imprevistas.

Cumplió la promesa, el fiscal nunca volvió al psicólogo a pesar de que los temores volvían a visitarlo con frecuencia.

miércoles, 18 de marzo de 2015

Las mil muertes del fiscal (2)

Puzzle narrativo: Se puede leer en cualquier orden.

Capítulo 2: El sueño


 El fiscal se movió en la cama como buscando un lugar donde hubiese sueño para conciliar. Llevaba horas, imposible contarlas, sin poder cerrar la mente. Cerraba los ojos pero su mente permanecía abierta. Se sentó en la cama, miró alrededor pero no veía nada. Encendió la luz del velador y se concentró en el espejo. Su propio rostro parecía el de un extraño; el del reflejo era otro fiscal, cansado, desorientado, y al mismo tiempo parecía interpelarlo. Le preguntaba por la verdad.
Se levantó y miró por la ventana, a lo lejos las distintas luces dibujaban las calles y los edificios. Tuvo la sensación de que eran luces de un lugar muy lejano. Se concentró en la torre del frente. Siempre le había llamado la atención una ventana que sería del mismo piso, la misma altura y que siempre se prendía cuando él estaba despierto, cualquiera sea la hora de la noche. Esperó, esperó y la luz se encendió. El fiscal comenzó a contar los segundos, a la cuenta de sesenta se apagaría.
Efectivamente, cuando llegó a ciento diez, casi los dos minutos, la luz se apagó. Con una diferencia, a los pocos segundos (ya no estaba contando) volvió a encenderse y al poco rato se apagó. Eso lo preocupó. Se acercó al velador para apagarlo y se quedó mirando por la ventana. La luz del edificio del frente no volvió a encenderse. Se prometió ser más cuidadoso y tratar de averiguar algo durante la mañana. Simple coincidencia o había alguna relación. Llevaba dos años con esa duda y nunca pasó nada, por eso le pareció coincidencia.
Por la mañana se olvidaría totalmente del asunto, la exposición que estaba preparando necesita de toda su atención.


miércoles, 11 de marzo de 2015

Las mil muertes del fiscal (1)

Puzzle narrativo: Se puede leer en cualquier orden.

Capítulo 1: La última visita



 El fiscal se cansó de mirar los mismos papeles sin encontrar una salida. Buscó el espejo de la sala para descubrir ojeras en su rostro pero desde allí, sentado, se veía incompleto. Se paro y se acercó. Encontró lo que buscaba: ojeras. Suficiente señal para un té, una gaseosa o simplemente mirar por la ventana y distraer la mirada. Pensar en algo distinto a su preocupación era imposible. Caminó lentamente en dirección a la cocina. Tan lentamente que se descubrió haciendo algo que hace mucho no hacía: mirar de reojo buscando el entorno. En ese movimiento miró hacia las distintas puertas del departamento, parecía controlar cada centímetro del lugar. Se preguntó en qué momento había abierto la puerta de la habitación de su hija mayor, ahora entreabierta. Pocas veces se aventuraba en los secretos del dormitorio de una adolescente. Sin embargo, estaba sin cerrar del todo. Era extraño pero no imposible. Se acercó para cerrarla, como tratando que su trabajo agobiante no se mezclara con la juventud. Su hija no estaba en el país pero lo mismo era un espacio para preservar. Cuando llegó a la puerta sintió la presencia. Mezclando dudas y curiosidad abrió y se quedó inmovilizado, sin poder reaccionar. Allí, sentado en la cama y recortado sobre la luz de la ventana, estaba el visitante. Conocido pero inesperado.
--¿Qué hacés acá?--, le largó sin poder ver los gestos del visitante. --¿Cómo entraste?
Lo que siguió fue una conversación a media lengua entre la jactancia y los nervios, la intriga y la soberbia. No hubo manera que el visitante le diera una explicación, se limitaba a recordarle que otra vez había estado allí, que tenía muchas maneras de entrar a ese y otros departamentos, que no había puerta que se le resistiera. El fiscal tartamudeaba, no era un día especial para sorpresas. El visitante se limitó a decirle que estaba allí para ayudarle.


martes, 10 de marzo de 2015

Las mil muertes del fiscal (3)

Puzzle narrativo: Se puede leer en cualquier orden.

Capítulo 3: Cambio de aeropuerto


 El fiscal se movió feliz por el centro de Londres. En realidad, era una manera de disimular un problema que lo desvelaba. Unos papeles de su trabajo que tenía que completar y a los cuales volvía a menudo por la noche, encendiendo la netbook en el silencio de la habitación del hotel. Una suite de dos habitaciones; en la del lado dormía su hija, en viaje de cumpleaños por el invierno europeo.

Ahora estaba caminando por el centro y los pensamientos lo asaltaban mientras su hija se detenía en cada escaparate. Cada vez que lo llamaba para comentarle algo y mostrarle alguna novedad, el fiscal se mostraba atento pero sus pensamientos volaban. Buscaron un bar, ya habían caminado mucho. Después del capricho turístico, de ambos, de mirar desde el Westminster Bridge el Parlamento y el Big Ben, correspondía foto y selfie con el fondo del London Eye. Finalizado el deseo volvieron sobre sus pasos y doblaron por Belvedere Road.
Al llegar a Forum Magnun Square encontraron el lugar adecuado. Al fiscal le pareció hasta simpático sus pensamientos sobre algo relacionado con Magnum; primero pensó en magnicidio y luego recordó que era un modelo de revolver. En esa esquina el bar tenía mesas afuera. Se sentaron a la espera del camarero. La hija leía el menú y lo que no entendía del inglés se lo preguntaba. El fiscal se relajó y decidió conversar con ella, a fin de cuentas era un viaje de regalo. Hablaron palabras sueltas como inventando frases de un inglés extraño, un poco colegial, de palabras solitarias y a veces mezcladas con un lunfardo londinense inventado. Se reían. El fiscal decidió hacer una pausa en sus preocupaciones.
En eso estaba cuando alguien se acercó, se inclinó casi hasta su oído y en perfecto castellano con acento porteño le dijo “Volvé urgente, te necesitamos”. El fiscal quedó sorprendido, hasta le dio miedo darse vuelta y reconocer al mensajero. La hija escuchó pero no comprendió, solo atinó a preguntar “¿Papá, lo conocés?”

El fiscal caminaba apresurado por la T4 de Barajas, el aeropuerto de Madrid, capital de España. Le seguía su hija unos pocos metros más atrás, entre cansada y obediente. El fiscal cambiaba la cara con frecuencia, cuando se concentraba en buscar un negocio de venta de móviles se veía atento y cuando recordaba la frase que le dijeron en Londres se preocupaba. A cada instante se decía a sí mismo que había escuchado mal, que nadie lo podría haber seguido, que ninguno del entorno sabía que estaba allí, que era imposible que haya escuchado algo, que seguramente era una traición del inconsciente. Lo mejor era convencerse de no haber oído lo que oyó y se lamentaba de no haberse dado vuelta en esa oportunidad. Sería mejor tranquilarse.
En el negocio de teléfonos móviles no quiso saber las diversas opciones de planes según cada modelo: con o sin dispositivo, con o sin internet, etc. Quería un móvil activado de inmediato. Igual la empleada se esforzaba en explicarle. Tuvo que decirle claramente que no deseaba saber más, un móvil para hablar activado y listo. Salió con la caja, se dirigió a la sala VIP, allí buscó una mesa para viajeros y lo probó. Recibía bien las llamadas desde su aparato celular.
Intenta tenerlo siempre cargado, busca donde enchufarlo, de última en el baño. Yo te llamaré cada 15 minutos hasta que salga el avión. Ahora apunta mi número y el de tu madre”, le dijo a los ojos atentos de la hija, más preocupada por el color que lo que le estaba diciendo.
Le largó una frase detrás de otra sin que la hija pudiese decir un sí o un no. Sólo atinó a preguntarle si podría comprar una funda de color. El fiscal le dijo que sí pero le pidió que más adelante, que por el momento sería mejor que no saliera de la sala VIP.

En ese momento sonó la música de su celular, miró la pantalla y decía “desconocido”. Prefirió no atenderlo y sonando lo guardó en el bolsillo. No se imaginaba quién llamaba pero tampoco quería saberlo.