Capítulo 1: La última visita
El
fiscal se cansó de mirar los mismos papeles sin encontrar una
salida. Buscó el espejo de la sala para descubrir ojeras en su
rostro pero desde allí, sentado, se veía incompleto. Se paro y se
acercó. Encontró lo que buscaba: ojeras. Suficiente señal para un
té, una gaseosa o simplemente mirar por la ventana y distraer la
mirada. Pensar en algo distinto a su preocupación era imposible.
Caminó lentamente en dirección a la cocina. Tan lentamente que se
descubrió haciendo algo que hace mucho no hacía: mirar de reojo
buscando el entorno. En ese movimiento miró hacia las distintas
puertas del departamento, parecía controlar cada centímetro del
lugar. Se preguntó en qué momento había abierto la puerta de la
habitación de su hija mayor, ahora entreabierta. Pocas veces se
aventuraba en los secretos del dormitorio de una adolescente. Sin
embargo, estaba sin cerrar del todo. Era extraño pero no imposible.
Se acercó para cerrarla, como tratando que su trabajo agobiante no
se mezclara con la juventud. Su hija no estaba en el país pero lo
mismo era un espacio para preservar. Cuando llegó a la puerta sintió
la presencia. Mezclando dudas y curiosidad abrió y se quedó
inmovilizado, sin poder reaccionar. Allí, sentado en la cama y
recortado sobre la luz de la ventana, estaba el visitante. Conocido
pero inesperado.
--¿Qué
hacés acá?--, le largó sin poder ver los gestos del visitante.
--¿Cómo entraste?
Lo
que siguió fue una conversación a media lengua entre la jactancia y
los nervios, la intriga y la soberbia. No hubo manera que el
visitante le diera una explicación, se limitaba a recordarle que
otra vez había estado allí, que tenía muchas maneras de entrar a
ese y otros departamentos, que no había puerta que se le resistiera.
El fiscal tartamudeaba, no era un día especial para sorpresas. El
visitante se limitó a decirle que estaba allí para ayudarle.
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