Una calle muy concurrida y
centro principal de las actividades: el Paseo de Almería. Tapas y cañas o
chocolate con churros. Escaparates relucientes y caminatas bajo árboles muy
cuidados. Pero 12 metros
bajo tierra hay otra realidad, se vive el pasado.
El Paseo une el puerto con
Puerta de Purchena en una distancia de 900 metros . Purchena es
lugar de referencia del centro de la ciudad. Allí, a la izquierda si dejamos el
Mar Mediterráneo a la espalda, hay mesas de bares, algunos comercios y un
extraño cubículo de cristal pintado con pequeñas líneas y puntos. Muy cerca del
suelo, como invitando a entrar, no muy llamativo, un cartel reza “Refugios”.
Hay mucha gente interesada
en visitar el lugar, por ello hay que reservar y, a veces, con varios días de
anticipación. Apenas se ingresa se recibe al conjunto de visitantes con la
invitación a ver un video de ambientación. Son testimonios de aquellas personas
que estaban en la ciudad entre 1936 y 1939 y que participaron de la
construcción de los refugios o sufrieron los bombardeos de los franquistas.
De pronto, una sirena
anuncia la llegada de los aviones con sus cargas explosivas. Una sirena que
tantas veces oímos en las películas de guerra, con la diferencia que ya no es
el video, es el pasado que llama y grita. Todos los visitantes bajamos
presurosos por una escalera estrecha, la sirena sigue sonando mientras aceleramos
el paso. En cualquier momento se escucharán caer las bombas de algunos de los
70 ataques aéreos que sufrió Almería.
Avanzamos por corredores
estrechos, perfectamente conservados, con poca iluminación. La guía nos invita
a sentarnos en unos convenientes espacios laterales que son parte de los
túneles. Al menos de éste que corre a lo largo del Paseo de la República. Es que cuando caían
las bombas el actual Paseo de Almería se llamaba así, de la República. Y ahora, bajo
tierra, estábamos en el pasado.
Suena un estruendo, algo
ha caído muy cerca de donde estamos. Caras de sorpresas. El pasado es hoy. Y
llega la aclaración: algunas antiguas salidas de los túneles están cerradas
(como salidas de emergencia) con simples puertas metálicas que algún transeúnte
pisa hoy en el Paseo generando ese ruido inesperado a los que estamos en el
pasado bajo el paseo republicano.
Allí reaparecen las
huellas de la historia. Dibujos de niños en la pared ilustran las vivencias de
esas épocas, dibujos de aviones o barcos con bombas. Poco a poco se avanza, varias
salidas del refugio y una despensa para casos de largas estancias bajo tierra. Sala
de juegos de niños que no sabían porqué caían bombas. Humedad del mar en las
paredes y en el suelo cuando se está más cerca del final del túnel más largo de
Almería de los años 30. En total podían ingresar 40.000 personas entre el túnel
principal y una multiplicidad de túneles que había en muchos sectores de la
ciudad.
Hasta que se llega al
quirófano, un lugar igual de pequeño pero suficiente para tener sala de espera,
sala de operaciones y otros cuidados a los heridos del hospital próximo y
muchos que llegaban y no podía esperar para su atención. El quirófano es otra estancia
viva, está como si hubiesen sacado hace unos minutos un herido y a punto de
ingresar otro más. Hacemos lugar para que pasen los enfermeros y los médicos.
Ya no hay presente.
Una escalera muy angosta
lleva de nuevo a la superficie. Arriba el sol de Almería y mucha gente con
cañas y tapas, ajenos a todos los visitantes refugiados que salen de las
entrañas con una vida muy diferente, mezcla de terror por las bombas
imaginarias de hoy pero reales en el pasado.
En Almería, España, en el
presente, hay huellas significativas de la Guerra Civil española. Se
pueden vivir.
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